viernes, 17 de febrero de 2012

El Recital de Poesía






Se puso la americana marrón y retocó el nudo de la corbata celeste. Anunciaron su nombre, y después salió a escena. No llegarían a veinte las personas a las que hoy, deleitaría con su actuación. Las motas de polvo se percibían entre los rayos de luz del foco que iluminaba su enclenque figura. El silencio presidía la taberna. Carraspeó un poco y aprovechó ese momento de expectación para observar con detenimiento a su reducido público. Dos parejas, un cuarteto de amigos, algún que otro conocido… Nadie verdaderamente importante. Se fijó por último en el señor de la barra del bar, que limpiaba los vasos con un mohoso trapo mientras le miraba con impaciencia. No podía hacerse más de rogar. Se acercó lentamente al micrófono y en ese momento, atisbó a una mujer de gafas rojas, que estaba sentada en una mesa al fondo del oscuro tugurio. La extraña en cuestión, encendió despreocupadamente un cigarrillo. El olor a tabaco impregnó el ambiente, no obstante a nadie de los que estaban allí presentes pareció importarle. Y sin más dilaciones, tras dar las buenas noches y presentarse, el poeta mudo inició su recital:

Tu mirada fue mi espejo,
Tus brazos mi protección,
Tu voz fue mi guía,
Y allí donde percibía los latidos
De tu frágil corazón,
Yo pasaba mis primeros días.

Tú me acogiste en tu cálido vientre 270 amaneceres,
Hasta que una inesperada y lluviosa noche de abril,
El mundo vino a mí.

Treinta y siete años han pasado ya
Desde aquel entonces,
Y ahora que me has abandonado,
Hecho en falta tus caricias,
Tus besos y tus sabios consejos.

¡Sólo Dios sabe que será de mí
En lo que me queda de vida!
Tú me ensañaste a valerme por mí mismo,
Y yo, querida madre, te lo agradezco muchísimo.

Los aplausos sosegados le despidieron. Azorado volvió a la antesala, se deshizo de la americana y de la corbata que le apretaba el cuello, y fue derecho a la barra del bar. Ya con la copa en la mano, y tras haber dado el primer trago, los nervios se apaciguaron. A las dos de la madrugada de un lunes, pocos eran los clientes que quedaban. La mujer del cigarrillo, seguía en su mesa mirándole expectante. Entonces se levantó y fue hasta donde estaba el dueño del local. Le dijo algo al oído y se marchó del bar. Él poeta sintió que también él debía volver a casa. Se dispuso a pagar, cuando el rechoncho camarero le advirtió de que no lo hiciera. Él pobre hombre insistió, pero no hubo manera. Salió entonces extrañado de la taberna, sabía que ni en sueños, volvería a poner un pie en aquel lugar. Aún con la sensación amarga que experimenta aquel que no se ha sentido suficientemente valorado, llegó a la parada del autobús donde esperó con impaciencia. Fue en ese momento cuando reconoció a la mujer del cigarro, ella le miró de reojo y, con la llegada del número 224, se levantó y dejó a la vera del desencantado poeta el ticket de la consumición de la copa. Lo recogió vacilante, y al desdoblarlo, se le escurrió de los guantes. El frágil papelillo, revoloteó detrás del bus que en ese momento, había emprendido ya su camino hacia la siguiente parada. El hombre entristecido y aún más sorprendido, se reclinó en el banco. Bajo la fina lluvia continuó esperando… Y a eso de las tres y cuarto de la madrugada, el 336 hizo su triunfal aparición.

jueves, 9 de febrero de 2012

Cuestión Filosófica

Tengo un dilema sobre la realidad... ¿es estática o es dinámica? Yo creo que es estática. La representaría en un plano sobre el que los seres vivos se desenvuelven "dando palos de ciego", ya que en función de la capacidad intelectual y/o cualidades de cada uno, la aprecian de forma diferente. Mi teoría es, que cuanto mayor es el desarrollo del intelecto, disminuye en proporción la percepción objetiva de la realidad. ¿Y de qué se compone? Imposible saberlo. Puede ser todo o nada. De color blanco o negro. Fría o caliente... ¿O existirán matices?

lunes, 6 de febrero de 2012

Lunes...




Un poco de música nunca viene mal. "Into The Ocean", para aquellos que quieran flotar y disfrutar de la ingravidez.

miércoles, 1 de febrero de 2012

La escritura, una alfombra mágica

Ser escritor no es una profesión, de hecho, en el momento en el que escribir se convierte en un trabajo, uno deja de ser un literato. Plasmar tus sentimientos, ilusiones e ideales en un papel, es como dirigir una banda de música o una obra de teatro. Todo está en tu mano, y eso es fascinante. Te sientes por unos instantes dueño del mundo, dueño de ese mundo que tú creas. Inventar una historia por ejemplo, es como jugar a ser Dios a escala pequeña y cada verso de un poema es como el susurro del viento. Pero existen desventajas dentro del gremio de los escritores. La más temida y a la vez predominante, es el desencanto que uno se lleva con la realidad cuando pone punto y final a su escrito. Hay que tener cuidado para no convertirse en un drogoliterato-dependiente, pues al fin y al cabo, escribir no es sino un remedio terapéutico más para evitar la infelicidad y el descontento con nosotros mismos y/o con nuestra vida. Es una herramienta de desfogue y relajación. Un eficaz medio de evasión.